A estas alturas todos estamos familiarizados con el término última milla aplicado a la Logística. Sin embargo, en este periodo de confinamiento y postconfinamiento, en uno de esos numerosos webinars a los que fui invitado, escuché el término última yarda, referido a la evolución de la “última milla” en términos de exigencia y complicación.
Reconozco que, igual que el resto de los presentes, al menos los que se manifestaron, era un término nuevo, y que a todos nos gustó bastante y nos pareció original para explicar el desarrollo reciente del reparto capilar. Pero realmente era un constructo. Todos lo entendimos, pero no éramos capaces de explicarlo.
Después de pensarlo, en este artículo trataré de desarrollar un poco su significado, o al menos lo que yo entiendo.
¿Español o inglés?
Pues sí, la verdad es que lo primero que pensé es por qué siempre tendemos a utilizar términos anglosajones, o al menos traducciones directas. En este caso, agravado, porque si en algo no nos están ganando, sino más bien al contrario, es en la utilización del sistema de medidas. El sistema métrico decimal es el de referencia a nivel mundial, probablemente por sencillez (lo de los múltiplos de 10 no tiene rival). Por lo tanto, ¿por qué no utilizar el “último kilómetro” y el último metro”?
Es verdad que hay otros términos logísticos que ya ni nos molestamos en traducir, como el cross docking, 3PL, hub… Pero en este caso, ya que lo traducimos, llevémoslo a nuestro sistema de medida.
Más allá del pensamiento inicial de usar nuestro lenguaje o no, lo realmente preocupante es por qué lo hacemos. Sobre todo, si lo que ocurre es que importamos de fuera lo que ya hacen fuera o, para ser más exacto lo que ya son conscientes fuera de que hacen. La última milla tiene muchos años. ¿Qué hacen sino las compañías de Correos? ¿Y el cross docking o la utilización de hubs? Más de lo mismo. ¿No llegaban los comerciantes de la Edad Media a puerto con barcos cargados de productos para distribuir a diferentes destinos? Y luego esta mercancía salía de esos puertos.
Pero parece que aquí nos cueste darle un nombre. De hecho, no encuentro una traducción fácil para el cross docking, sería algo así como trasbordo. Tampoco para el hub, que lo podríamos traducir como centro de distribución. Parece un poco forzado, ¿no? Seguramente por falta de costumbre.
Lo que subyace a esto, más allá de la invasión en todos los ámbitos de la vida de términos en inglés, es que creo que en España le hemos dado poca importancia a la logística, y dentro de esto, muy poca al transporte. Parece que ha habido que esperar a una pandemia mundial para darnos cuenta de que las cosas hay que llevarlas de un sitio a otro, y que los que lo hacen, necesitan instalaciones básicas, porque resulta que comen y duermen… Si pueden.
Hay incluso empresas de distribución a las que el transporte les importa poco. No digamos fabricantes, me preocupo mucho de mis compras (no de cómo me las traen), de mi actividad comercial, de mi proceso operacional. Pero todo eso dentro de un contexto de almacenes, muchas veces desordenados (afortunadamente cada vez menos), y de expediciones a lo bestia sin mucho orden logístico y que el transportista se las avíe.
Así que mi conclusión al tema léxico se convirtió en operativa… Debemos seguir evolucionando en materia logística y de gestión de la cadena de suministro… O supply chain.
La última milla
Sin duda, lo que conocemos ahora por última milla es algo bastante antiguo. Y España no es una excepción. Sin irnos demasiado para atrás en el tiempo, todos recordamos (todavía vemos alguno) llegar al cartero a nuestro buzón y hacer su reparto capilar de cartas, e incluso de paquetes. Llegaba a nuestra puerta y nos lo entregaba en mano, aunque viviéramos en un tercero sin ascensor, como era mi caso cuando era pequeño.
No teníamos claros los plazos de entrega, y a veces las cosas se perdían. Nos faltaba lo que llamaríamos trazabilidad… O tracking, que es más moderno. Pero nos parecía más que suficiente. Pero si había que comprar algo, lo de la compra por catálogo, muy habitual en el resto de Europa y USA, nos parecía poco fiable y preferíamos ir a la tienda. Herederos de ello, hemos ido muy atrás en el comercio electrónico… O e-commerce.
La pregunta, como en mi anterior artículo, es qué fue antes, si el huevo o la gallina. Es decir, no se cuidaba la Logística porque no nos importaba, o no le echábamos cuenta porque no era buena.
Yo creo que de todo hay. Por carácter, los españoles somos más de relacionarlos y salir a la calle, y eso se ha reflejado en nuestros hábitos de compra y en la no necesidad de tener una última milla tan cuidada. Eso ha ido cambiando a un ritmo sostenido, aunque no demasiado rápido, con un aumento de exigencia del cliente, y el consecuente aumento de la calidad del servicio. Hasta la explosión del Black Friday, el e-commerce para cualquier producto y sobre todo la obligación de quedarnos en casa durante la pandemia. Y en ese punto hemos visto que aquello que creíamos que no era muy importante, lo era. Y afortunadamente, aquello a lo que no prestábamos mucha atención, resulta que sí que estaba gestionado por profesionales y funcionaba y ha sido capaz de responder a incrementos brutales de demanda.
Y de repente, nos hemos puesto a exigir más: que mis envíos lleguen antes, donde yo quiero, cuando yo quiero, saber dónde está en todo momento…
La última yarda
Y llega el momento de gestionar mucho más eficazmente las entregas capilares y con unos criterios de exigencia crecientes y de amplitud de lo entregable casi infinito (incluyendo frío, frescos, comida, etc.).
Llega el momento en que no nos vale con entregar a lo largo del día expediciones en determinados puntos. Es necesario llegar en plazos muy cortos desde la realización del pedido a la puerta de nuestros hogares a la hora casi exacta. Llega el momento en el que el origen de la mercancía puede ser variable incluso para un mismo producto en la misma franja horaria.
En definitiva, llega el momento de la diversificación del transporte capilar. Es difícil llevar a la vez pedidos no urgentes, con pedidos urgentes, con pedidos inmediatos, con pedidos con necesidad de frío, o de calor… Pero resulta que ahora puede hacerse, porque hay volumen, y esto permite que aparezcan nuevos actores en el mercado y, por lo tanto, especializarse en la última yarda.
Vemos tipos de vehículos diferentes, habitualmente con recorridos menores y, aunque más frecuentes, que permiten el uso de tecnologías más sostenibles y con una relación con el que ordena la entrega mucho más abierta. Y no quiero abrir el melón de los rider, que da para otro artículo y con un enfoque seguramente distinto.
En definitiva, en la última yarda es necesario dar un servicio diferencial a la última milla, en la mayoría de los casos no excluyente. De momento. Pero mucho más enfocado a las necesidades individuales de cada cliente.
¿Qué veremos en el futuro?
Aunque siempre me he considerado más ejecutivo que imaginativo, y muchas veces me da la sensación de que ya está todo inventado a nivel de demanda de reparto capilar (se me ocurren los drones, pero no sé por qué, no termino de verlo) me parece, y esto es opinión, que la última milla seguirá siendo importante en el B2B, pero irá cediendo paso a la última yarda en el B2C.
Y tengo claro que aparecen nuevas demandas que exigen nuevas estrategias para cubrir nuevas necesidades de entregas. Pero probablemente, al menos a corto plazo, serán variedades de los anteriores y, sobre todo y lo más importante, dentro de un contexto en el que hemos cambiado el chip del nivel de servicio en este sector y, por lo tanto, estamos dispuestos a casi todo.
El camino lo marcará seguramente la capacidad para customizar y, en este caso no encuentro la palabra en español, quizás diferenciar, los servicios de entrega al máximo y, siguiendo este camino, probablemente lleguemos a hablar del último centímetro… O último pie.